Diario de una inmortal (2)
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28 septiembre 1888 Sobreviví al frío siberiano, y especialmente al ambiente polar característico de mi clan.
Sobreviví también a la locura de quien se convirtió en mi madre, mordiéndome un día de junio de 1681. No he olvidado el gran susto de la gente de mi pueblo. Y menos aún los ojos de mi padre llenos de terror cuando Miranda nos atacó. Ella primero lo sedujo, antes de matarlo; luego se volvió hacia mí. Recuerdo que en mi temor y mi repulsión se mezcló una extraña fascinación. Desde entonces, el deseo de matricidio no se apartaba de mí, perpetuamente fijado en mi cuerpo y mi mente. Perpetuamente en lucha con, debo admitirlo, un sentimiento de gratitud. Sin Miranda, ¿cómo podría haber descubierto los encantos de mi inmortalidad?
Cuanto he echado de menos la vida urbana! Volver 30 años más tarde en Londres, después de huir de la Gran Peste del verano 1858, me alegra y abre un mar de posibilidades maravillosas. Aunque sí, en algunos lugares, la piedra todavía suda de los excrementos, residuos industriales, animales muertos y de las entrañas lanzados en el Támesis durante meses.
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Volví a mi casa en el barrio de Whitechapel y descubrí de nuevo el placer de la fusión entre la multitud de los londinenses aún sin piedad ocupados.
¿ He esperado suficientemente? Volver a lugares donde antes vivía incluye siempre un riesgo. Éste que, al encontrarse en una esquina un viejo conocido, el cual naturalmente habrá envejecido, exclame: ¡Dios mío, Liv! Es absolutamente increíble, no has cambiado nada!
Hurgando en mi biblioteca, encontré el manuscrito de Mary Shelley. Lo que es una novela! Ese día de 1817 me parece a la vez distante y próximo. Cuantos recuerdos ...
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Saber que siempre he preferido las visitas por la tarde, no impidió a Mary llamar a mi puerta por la mañana temprano, temblando de emoción y de frío, sosteniendo firmemente bajo el brazo un manuscrito - Frankenstein o el moderno Prometeo. Dos brandy y innumerables tazas de té más tarde, ella hizo sola la conversación - dándome noticias de Byron y de sus amores viriles como de su última visita a Ginebra. Por fin, agotada, Ia he enviado a su casa. Entonces, me sumergí en la lectura. Con fruición.
Qué gloria me traería mi descubrimiento si pudiera desterrar la enfermedad del cuerpo humano para volverlo invulnerable a todo, excepto a la muerte violenta del ser humano! Así dice el doctor Frankenstein, sin conciencia de lo que traerá. Mary Shelley ha sido un amiga fiel y, en muchos aspectos, una mujer fascinante. ¿Qué pensaría de mi longevidad excepcional? De mi juventud que nunca se consume?
Esta mañana, un pálido rayo de sol se filtraba a través de las nubes cuando, mirándome en el espejo donde tengo eternamente 28 años, tomé una decisión trascendental.
Continuará…
Pagina del manuscrito de M. Shelley © Wikipedia